Es triste andar hoy por las calles de nuestra ciudad, más aun por esas arterias principales que sufren el descalabro de tantos años de abandono. Basta el encaminarse por las calzadas de Jesús del Monte, Diez de Octubre o del Cerro, Belascoain y Reina. En todas notaremos que existe un doloroso denominador común: el galopante deterioro, la suciedad y la institucionalización de la miseria y la mediocridad.
Asistimos, tal vez sin darnos cuenta por costumbre, a la muerte funcional y arquitectónica de una urbe y a la total desnaturalización de sus habitantes. Nos encontramos ante un punto de no retorno, al borde de un abismo existencial que ya marca generaciones completas y, porque no decirlo, nos ha vuelto cada vez más indolentes.
Que estas construcciones no formen parte del patrimonio histórico tangible de la nación no es justificante para tal grado de abandono y negligencia, al margen de cualquier postura política o filosófica, esta problemática va a sumarse al largo pliego de tragedias sociales que margina a nuestro pueblo.
Recordemos que estas edificaciones constituyen parte del fondo habitacional de la ciudad, que hoy se nos va de las manos de manera alarmante. Es evidente el marcado desinterés de las autoridades gubernamentales por frenar o al menos disminuir tal grado de deterioro, no se observa la voluntad política por realizar tarea alguna de la más sencilla conservación, no existe la infraestructura necesaria que podría canalizar una solución real, un proyecto que serviría por demás como una casi inagotable fuente de empleo a un sector laboral tan sensible como lo es en Cuba la mano de obra de la construcción.
Ante la impasible postura estatal solo podemos concluir que siempre será más fácil achacar las incompetencias a otros, más de lo mismo, amparados siempre en el gastado discurso del embargo y sus limitaciones, sin embargo no cesan de aparecer nuevas construcciones utilitarias para el turismo así como nuevas viviendas para el personal comprometido con la cúpula de poder castrista.
Es triste que la otrora Villa de San Cristóbal De La Habana que nos legaron sus fundadores se encuentre hoy tan distante de aquellas magnίficas luces de antaño, que no se atisbe ni siquiera una solución para esta problemática que tanto malestar causa y que da al traste incluso con los mejores ánimos de una sociedad ya cansada de soportar penurias y privaciones por la voluntad aciaga de quien parece incluso disfrutar el vejar aún más a su pueblo.
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